Una reflexión alrededor del artículo 29 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: H. G. Wells y las formas del mundo por venir. Parte 4. Epílogo a la cuestión darwinista
Un necesario epílogo a la cuestión darwinista
Para acabar de comprender perfectamente todos los aspectos necesarios para nuestro análisis y estudio es necesario este epílogo, pues en él se pondrán por claro varios aspectos que son fundamentales.
Hasta ahora hemos visto una visión determinada y mainstream acorde con el sentido de la época impulsado por los "monopolistas" y "rentistas" ante todo, según la cual el factor clave es el egoísmo, y haciendo una lectura interesada de Darwin, tal y como la hacen de Malthus (tal y como probé en la Parte 2 y Parte 3), pretenden dotar de cierto argumento de superioridad amparándose en la naturaleza o la idea de la voluntad de Dios o bien un torticero uso de la palabra "libertad".
En este aspecto, aquí tampoco estamos ante una excepción.
Conviene que empecemos por Bowler (1976) pues señala que Malthus y Darwin contaban con concepciones muy diferentes de "lucha", ya que, mientras Malthus hace hincapié en la lucha entre el hombre y el medio ambiente a la vez que imagina una armonía natural dentro de la sociedad, Darwin añade la idea de la lucha entre especies.
Establecida esta idea, Jones (1998), apunta algo que ya hemos podido comprobar, y es que Darwin hallará exégetas en el laissez-faire, el socialismo, el individualismo y el comunismo, el militarismo y el pacifismo, e incluso entre los pronatalistas y los neomalthusianos, sin obviar a los religiosos pero también a los agnósticos.
Por su parte, Piotr Kropotkin centró su interés, y esto es muy relevante, en la cooperación y no en el conflicto en el contexto de la selección natural, explicado en 1902 en su "Apoyo mutuo" (2018). Tal y como concluye Todes (1987), debido a las grandes extensiones de tierra y la falta de población en proporción, ciertos colectivos de personas en Rusia no acababan de ver el factor de la lucha por la existencia y no podían relacionarla con las ideas de Malthus sobre la población. De tal modo, se llegó a la conclusión de que la cooperación, que tiene más éxito en la lucha contra el medio abiótico que la competencia, es un factor impulsor de la selección natural. En lugar de una lucha por la existencia, una lucha mutua y el apoyo mutuo son los que impulsan la selección natural. Kropotkin creía que Wallace y Darwin veían así la lucha por la existencia debido a su situación costera y a sus zonas de estudio superpobladas. La importancia de la tierra es fundamental en la esfera rusa, de hecho, yo añadiría a este argumento la visión rusa de los mismos "raskolniki", los viejos creyentes cismáticos, y sus comunidades utópicas que buscaban liberarse del pecado original a través del trabajo de la tierra.
A su vez, siguiendo a Mitman (1988) podemos percibir cómo en los años 1930 en Estados Unidos se produce un cambio en la percepción científica, aspecto este que va en la misma dirección que la visión de Hofstadter y de otros pensadores, y que refuerza la intuición moral recogida por Kropotkin, y sobre bases sólidas, los científicos se inclinan más por la idea de la cooperación en beneficio mutuo (o apoyo mutuo) que por la lucha por la existencia para explicar las ideas de Darwin. Paradójicamente, fue la Escuela de Chicago, que luego habría de impulsar una línea de pensamiento anterior a los descubrimientos científicos pero en la línea neoliberal, donde los científicos estudiaron la cooperación y la competencia entre los organismos, y entre sus conclusiones se incluía que la competencia funcionaba "como una fuerza tanto cooperativa como desoperativa" a nivel de población. Alfred E. Emerson veía una lucha por la existencia a nivel individual, pero veía la lucha necesaria a nivel poblacional para mantener el ecosistema en orden, donde la cooperación era importante porque contribuía a un mayor control homeostático; era la homeostasis el fenómeno de interés". Emerson creía que "lo que parecía competencia individual en un nivel podía ser homeostasis grupal en otro".
Es decir, que desde hace prácticamente 100 años sabemos que la evolución se hace en términos de cooperación, y sobre la cooperación se han construido estrategias evolutivas de éxito... pero hemos de subrayar "cooperación". Entonces, ¿por qué cooperamos? Bien, la especie humana, al igual que todas las demás especies que existen, es biológica y, por consiguiente, los sujetos que en la actualidad la conformamos somos fruto de un proceso evolutivo de ancestros que fueron parte activa del proceso, y de los cuales hemos heredado características y comportamientos que les permitieron sobrevivir en sus ambientes histórico - contingentes.
Es decir, tanto las interacciones entre especies como aquellas que se dan intraespecies tienen su fundamento en exactamente el mismo principio biológico, que es el del egoísmo, y que sirve para dar impulso a la vida misma. Pero hemos de distinguir en este momento dos formas de manifestar este egoísmo que son radicalmente distintas:
1/ El egoísmo positivo, que se da cuando los organismos que participan en la relación obtienen su beneficio a través de procurar al tiempo el beneficio del otro, y a este tipo de relaciones se las llama, en su conjunto, “simbióticas”... de modo que podemos hallar sociedades simbióticas con cada una de sus diferentes partes, de una forma tal que cuanto más perfecta sea la reciprocidad mayor fortaleza tiene el sistema;
2/ Sin embargo, el egoísmo negativo se dará en el momento en que el beneficio de uno de los individuos se consigue a través del perjuicio del otro, denominándose, en términos generales, “relaciones parasitarias”... por ejemplo, una sociedad rentista y alejada de los principios de igualdad genera élites parasitarias que, tal y como hemos visto en la Parte 2, tienden a desarrollar espacios cerrados en competencia y un carácter más autoritario llevando al conflicto permanente hasta eliminar por diferentes vectores la supervivencia del grupo... o incluso la especie porque cuestionan los mecanismos mismos que están en la base de la eficacia biológica, puesto que van rompiendo los comportamientos que se definen como sociales, como cooperación en la defensa, o en la crianza o bien en la consecución de recursos, pueden ser objeto de selección cuando el permanecer agregado ayuda a garantizar su eficacia biológica, aunque esta entrañe algunos costes, como, por ejemplo, mayor competencia por los recursos alimenticios, o por el apareamiento, o una mayor posibilidad de transmisión de enfermedades y parásitos. Es decir, que la sociabilidad puede evolucionar cuando para los individuos las ventajas de ser sociables sean mayores que las desventajas dándose una relación coste-beneficio que suponga un balance positivo en el beneficio que se traduce en garantizar su eficacia biológica.
MacArthur y Pianka (1966) propusieron la llamada teoría de la optimización, que afirma que los comportamientos de los organismos presentan una tendencia a la optimización en la relación coste-beneficio de acuerdo con sus restricciones y medio ambiente, y que, por consiguiente, los individuos siguen estrategias que garantizan o aumentan su eficacia biológica.
Partiendo de la teoría de la optimización, es probable que el fundamento del comportamiento cooperativo se dé en la forma de altruismo recíproco cuando el coste de la conducta de ayuda es escaso mientras el beneficio de recibirla es importante, cosa que facilita que el que reciba ayuda devuelva el favor a su benefactor. Así que, según parece y podemos seguir en Alexander (1994, 57), la forma de cooperar que más incrementó la eficacia biológica en algunas especies de mamíferos es la del altruismo recíproco y que, ya que esta presenta una fuerte ventaja selectiva, ha pasado a ser una “estrategia evolutivamente estable”. Y relevante resulta también, tal y como podemos leer en Alexander y Tinkle (2022) que, siguiendo la investigación consolidada por George C. Williams y William D. Hamilton, los cuales hicieron gran hincapié en dos ideas principales: en primer lugar, es valioso identificar el nivel (gen, individuo, población, especie) en el que la selección natural actúa de forma más consistente y poderosa; y, en segundo lugar, la selección natural puede favorecer las contribuciones a la reproducción genética no sólo a través de los descendientes, sino también a través de los parientes no descendientes, incluso otros miembros que no tengan lazos de sangre, lo que remarca la importancia de la comunidad en escoger una estrategia de éxito.
El proceso de hominización, acotando la evolución a nuestra especie, se ha desarrollado sobre dos aspectos:
1/ La evolución de nuestra especie está restringida y encauzada por la inercia filogenética, o lo que es lo mismo, por unas propiedades básicas que poseían nuestros ancestros y que determinan la extensión en que las poblaciones de homínidos se pudieron encaminar en una u otra dirección durante el proceso de evolución. De entre estas propiedades, una fundamental es la sociabilidad, también presente en la mayoría de las otras especies primates.
2/ Nuestra especie actual, Homo sapiens sapiens, es el resultado de una respuesta evolutiva, consistente en variación, adaptación y selección, de ajuste estructural de nuestras poblaciones ancestrales tanto de presiones ecológicas ambientales como de condiciones bióticas en las que nuestros antepasados se relacionaron con otras poblaciones en interacciones egoístas tanto parasitarias como simbióticas; pero también de presiones selectivas a nivel intrapoblacional.
De esta manera, varios factores en el proceso de hominización pusieron a nuestros ancestros por delante de otros competidores, sobre la base de una alimentación adecuada y un hábitat protegido, cosa que llevó hacia un incremento en la supervivencia de las crías, factor que marca el éxito reproductor a nivel de población, cosa que incrementó, como consecuencia, el tamaño de los grupos, y todo ello fue gracias a las estrategias de cooperación intragéneros y de intercambio intergéneros, cosa que, de acuerdo con Bernal Crespo (2012), podría estar en relación con un aumento del tamaño cerebral, y de esta manera llegamos al incremento del tamaño cerebral que nos lleva a otro factor clave.
En todo ello, la posición bípeda de nuestros antepasados jugó un papel clave, y también en el caso de las hembras, particularmente en el caso de parto, ya que, de acuerdo con Berge & Gasc (2001), al reducirse la altura de la pelvis esto trajo aparejado un cambio en sus tabiques y, en particular, de la abertura del canal del parto por delante de los isquiones. Esto se tradujo en partos con necesidad de cierta ayuda, particularmente cuando el cerebro aumentó de tamaño en nuestros antecesores.
Tal aspecto hizo que se premiase como solución evolutiva el que las crías que nacieron prematuramente y presentaban un período postnatal de rápido crecimiento del cerebro, acompañado de un bajo crecimiento somático, fueran las que sobreviviesen, cosa que supuso que el comportamiento de la madre debiera ajustarse a la incapacidad de la cría y a un mayor período de dependencia. Adicionalmente, el elevado consumo metabólico que comporta un gran cerebro implica necesariamente un mayor aporte energético para el desarrollo del embrión, que puede producirse por un aumento en la calidad de los nutrientes, con una mayor ingesta del número de proteínas y grasas necesarias para el mantenimiento del equilibrio energético, cosa que sólo es posible reforzando aún más los comportamientos cooperativos inter e intragéneros que implicó al final un cambio en las interacciones sociales, que trajo aparejado como consecuencia última un aumento de la eficacia biológica a nivel de población, todo ello siguiendo a Rosas (2003, 366-367).
El resultado fue una profunda asociación entre machos y hembras, superando los intercambios clásicos de alimento por intercambios sexuales o por otro tipo de comida, en que los machos pasan a aportar caza y pesca, mientras las hembras aportan semillas, tubérculos, insectos; los machos defendían el territorio y cazaban colectivamente , siguiendo en esto a Cela y Ayala (2001, 365), mientras las hembras cuidaban colectivamente a las crías (tanto las lactantes como las no lactantes, incluidas aquellas que entran en la fase de la menopausia y posmenopausia, y las adolescentes) y elaboraban herramientas, esto aseguró la supervivencia de las crías, pues necesitaban mucho más tiempo de cuidado y protección hasta ser autosuficientes e integrarse en la estrategia evolutiva, según Domínguez-Rodrigo (1997, 142), y siguiendo un modelo de cooperación social de división de roles en relaciones de complementariedad en el que ningún sexo domina al otro, según explica Morris (2005, 9-12), dada la interdependencia de ambos sexos para sobrevivir y ser eficaces biológicamente. Adicionalmente, según explica Acarín (2018, 87-89) en la mujer el cuerpo calloso cerebral está más desarrollado respecto al varón y contiene algunos millones más de fibras, lo que ha sido relacionado con la mayor capacidad femenina para la intuición, para expresar los sentimientos y para la mediación, con lo que las hembras tienen una "especialización" a favor del colectivo, para ejercer el rol de mediadoras de ciertos conflictos.
Por tal razón, Bermúdez de Castro (2018, 100-102), concluye que la naturaleza humana hace su aparición haciendo hincapié en nuestros vínculos sentimentales, que jugarían un papel interesante en el desarrollo de la estrategia evolutiva de éxito, favoreciendo los medios sociológicos que impulsarían las probabilidades de desarrollo tecnológico. En todo ello el sistema hormonal juega un papel clave, tal y como podemos comprobar en Nelson (1996), que nos explica que resultaría probable que se hubiera dado una cooptación en la que el simbolismo de la relación madre-hijo se haya extendido a otros individuos para manifestar las relaciones amistosas o de apaciguamiento, como son los abrazos, las caricias, la limpieza, lo cual hace que el calor afectivo se propague en sentimientos de confianza y seguridad, y que se empatice entendiendo las necesidades del otro y preocupándose por él y su bienestar.
A su vez, el apego hacia individuos que forman parte del mismo grupo ya que comparten el mismo espacio tanto social como de adquirir recursos para el grupo, hace que se exprese en conductas de auxilio, tal y como explica Bowlby (2018, 14-18), cosa que crea un círculo virtuoso de vínculos de apego que hacen posible la cooperación y el altruismo, para lo que es básico señalar a la oxitocina, la llamada "hormona del abrazo", que desempeñaría un papel esencial en la evolución del comportamiento social, ya que su capacidad para influir en el cerebro facilita formar alianzas y camaraderías, y ha acelerado la evolución de las destrezas cognitivas elevadas, tal y como afirma Ratey, (2003, 416-418); es decir, reflexionando sobre este aspecto, con ello solventaríamos el dilema razón versus sentimiento: se han de dar ambos para un pensamiento "racional", de la misma manera que tal proceso ha favorecido la inteligencia operativa.
Precisamente es este hecho el que pone en valor el pensamiento de Rousseau, pues es cierto que sus textos de intención política remarcan el papel de la razón en la constitución y gestión del Estado, mientras que los textos de contenido antropológico y pedagógico acentúan la importancia del sentimiento y de la droiture du coeur, si nos atenemos a la formación del carácter. Sin embargo, en toda su obra, de manera transversal, Rousseau está subrayando la alianza y mutuo control del corazón y de la razón en el desarrollo moral del ser humano. De hecho, si seguimos a Robert Derathé (2011), se puede concluir que existe en Rousseau un racionalismo no intelectualista que sigue los modos cartesianos e ilustrados, y que se formula en términos de acción, que se sintetiza en el “no hay razón sana en un corazón corrupto”, aunque se insiste en que 'es la razón la que conduce al hombre al conocimiento de sus deberes’. Es decir que “Rousseau es un racionalista consciente de los límites de la razón”, una forma de relativismo, que hace que, de acuerdo siempre con Derathé, “Rousseau defendió una moral de la bondad que le parece menos sublime pero mucho más eficaz”. Abordaremos en la Parte 5 la cuestión del "Contrato Social", baste por el momento este apunte sobre el que reflexionar.
Por su parte, los comportamientos cooperativos implican forzosamente generar lazos afectivos; la vida social se amplía en una extensión de los lazos afectivos, que permitirán desarrollar la susodicha inteligencia operativa, en palabras de Carbonell y Sala (2002, 7, 26). Siguiendo a Acarín (2018, 71, 240-242, 266, 274-276, 315), el apego es la mejor base para construir una vida en comunidad. Coincide la experiencia precoz de placer, satisfacer la necesidad de apego, con la necesidad de vincularnos en colectivos para protegernos mejor, encontrar alimento, cuidar las crías o construir proyectos colectivos.
Esto demuestra lo erróneo de la interpretación que afirma que la selección natural favorece aquellos genes que incrementan el éxito reproductivo en sus portadores y, puesto que, en palabras de Ayala (1994, 135-138), «los individuos que actúan de forma egoísta se benefician del comportamiento de los altruistas sin ningún coste para ellos», y que, por consiguiente, resultaría evidente que la selección natural ampara los comportamientos egoístas y penaliza las actitudes altruistas. Los argumentos en contra de este punto de vista parten de lo visto en este apartado, y abarcan varios aspectos, tal y como ha quedado probado.